Posteado por: elcampanazo | enero 6, 2009

¿COMO ORDENAMOS EL TERRITORIO DE BOGOTÁ?


Hernando Sáenz Acosta

 

 

 

 

El 2009, es el año en que se revisará el Plan de Ordenamiento Territorial -P.O.T.- de Bogotá. ¿Qué significa eso y qué importancia tiene para el ciudadano común y corriente? Tal vez mucho, tal vez nada. Precisamente expondremos razones para validar ambas respuestas o más bien para abrir un abanico de preguntas sin respuesta.

 

¿Una ciudad históricamente excluyente?

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Empecemos hablando de nuestra historia como ciudad. Bogotá como algunos saben, fue fundada en 1538 por una horda de españoles que decidieron instalarse en esta sabana en virtud del principal recurso que se encontraba aquí: la mano de obra indígena. “Fieles” (¿?) seguidores de Dios, construían las ciudades intentando plasmar en ella la jerarquía social del momento: Una plaza mayor donde se concentraban el poder religioso, el poder político y el poder militar. Ciudades que se trazaban como una cuadricula, creciendo de manera homogénea y localizando a las elites, en las cuadras más cercanas a la plaza.

 

¿Y los indios? Estaban excluidos de la ciudad. Por lo menos así lo decían las normas. Como no se toleraba la mezcla racial, se crearon y fundaron numerosos pueblos de indios, que permitían ante todo, concentrar la mano de obra indígena para la mita y la encomienda. Sin embargo, era tal la disputa entre los españoles por esta mano de obra, que terminaron instalándola como servidumbre en sus casonas o tolerando la proliferación de asentamientos por fuera de la traza urbana, augurando ese futuro no muy lejano de una ciudad de planos, muy distinta de la vivida en la realidad.      

 

Hacia los años 30 del siglo XX, Bogotá comenzó a crecer a causa de la expulsión de campesinos por la violencia ejercida en las zonas rurales y de los procesos de modernización sin modernidad propia de estas tierras surrealistas. Como la sabana era la despensa de una ciudad acostumbrada a su autismo, la oleada de campesinos y elites regionales se acomodo en lo ya construido. Vivimos una densificación que hizo del centro un lugar caótico, donde los viejos cachacos dejaban de ser identificados como la clase superior. En ese momento cobra fuerza el “dime donde vives y te diré quien eres” y muchos de los ricos de la ciudad se segregaron marchando a Chapinero para vivir en las casonas que hoy en día ocupan numerosas escuelas tecnológicas o de criminalística.

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Durante el siglo XX, esta ciudad ha recibido oleadas de migrantes rurales y de ciudades intermedias, pero no de extranjeros. Nuestra composición racial es mestiza y mulata y a pesar de los odios apasionados contra el centralismo ejercido desde Bogotá, debemos aceptar que quienes han ejercido ese autoritarismo son nacidos en otras tierras o por lo menos son hijos de migrantes boyacenses, santandereanos, tolimenses, huilenses y bueno en las últimas décadas de costeños.

 

Pero si bien la ciudad la construyen quienes la viven cotidianamente, no sucede así cuando se trata de planificarla, de expresarla en las normas urbanísticas. Así como en la colonia, durante el siglo XX, se diseñó una Bogotá, ordenada bajo el más puro espíritu cartesiano: La determinación de áreas exclusivas para la residencia, para la localización de las industrias, el diseño de sistemas de movilidad eficientes y rápidos y la relación con los municipios más cercanos –que recuérdese eran antiguos pueblos de indios y no villas-, hacían parte de todo un saber técnico, condensado en la figura del planificador urbano. Un hombre que más allá del mal y el bien, opinaba acerca del futuro de la ciudad y dictaba las normas, planes y usos de suelo que se permitían en ella. En la historia del urbanismo colombiano pueden leerse sus biografías, pero más allá del porque eran de tal o cual escuela urbanística, estos hombres creían ser capaces de interpretar los deseos de todos los que vivían en la ciudad o peor aún creían posible dominarlos enseñándoles a comportarse bajo unas normas que nadie respetaba, incluso la misma elite que se quejaba de tanta marginalidad, de tanta informalidad en la ciudad.

 

¿Qué tipo de participación en el ordenamiento territorial?

 

Nuestra ciudad en la actualidad, no se diferencia mucho de aquella villa en el sentido en que sigue segregando, excluyendo a aquellos que tienen menor capacidad adquisitiva. En el tema del ordenamiento territorial, esta exclusión se traduce en la existencia de un déficit de vivienda concentrado especialmente en la población más pobre, en la existencia de una oferta de vivienda indigna no solo en virtud de la existencia de estafadores que venden lotes excesivamente caros para estar tan mal localizados y sin servicios públicos en zonas de alto riesgo, sino porque del otro extremo se encuentra la oferta de una “Vivienda de Interés Social” que responde en realidad a la necesidad de conservar altas utilidades por parte de promotores inmobiliarios y rentistas especuladores de la tierra.

 

Han sido ellos –banqueros, terratenientes y políticos clientelistas- quienes han definido en realidad el futuro de esta ciudad. ¿Es posible que eso cambie? No, en tan corto tiempo. A pesar de la promulgación de la ley 388 que intentaba crear mecanismos más justos de redistribución de la riqueza a través de la participación en plusvalías por citar un solo ejemplo. Ha surgido todo un movimiento de contrarreforma que pretende devolvernos en la historia a esa villa excluyente y autoritaria.

 

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Lejos de existir un aparente conflicto entre una ciudad formal y otra informal, Bogotá es hoy por hoy el resultado de una élite que se ha favorecido bien sea a través de la norma como a través de su violación, a partir del uso de un cientificismo dizque objetivo, como de una exaltación pasional de una urbe preparada para el siglo XXI. El riesgo de estos ejercicios de participación que parecen verse en el horizonte, es la clásica manipulación de una ciudadanía alejada de los tecnicismos y de una burocracia que cree que la gente no tiene realmente un proyecto de ciudad posible más allá de lo utópico. 

 

Pero ya hay quienes parecen tener claro que quieren de la ciudad -o por lo menos saben que es lo que no quieren que sea- y eso aplica en especial para el sur. Un sur que históricamente ha sido la zona que mayor riqueza ha tenido en la sabana y que aún hoy es explotada, no sólo por la existencia de las canteras, sino por la enorme masa de seres humanos que trabajan como sirvientas, choferes de bus, rusos, mercaderistas, bodeguistas, mensajeros, etc y que en ultimas le garantizan a los ricos llevar sus modernos (¿o debo decir posmodernos?) estilos de vida y consumo.

 

El sur conserva además un potencial hídrico, por la presencia del Páramo de Sumapaz, en el sur están las puertas que comunican hacia los llanos orientales y hacia el magdalena medio. Al sur se encuentra la despensa agrícola de la ciudad y los deseos de los rentistas (formales e ilegales) de expandir la ciudad. Esta el botadero de doña Juana que recibe la basura que producimos y está además, el río tunjuelo.

 

Una ciudad que ya no crezca más, una ciudad sin la minería, una ciudad con viviendas grandes y espaciosas en la zona del Salitre, en proyectos exclusivos para población desplazada o dedicada a la economía informal, una ciudad que crece hacia arriba y que deja de promover el uso del carro particular, una ciudad donde no se maten a los jóvenes, ni a los líderes sociales. ¿Ese proyecto de ciudad tendrá la posibilidad de hacerse realidad si se participa en la discusión del POT?

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Tal vez no. Porque prima más el interés de la Cámara de Comercio, de la Lonja de Propiedad Raíz o de Sarmiento Angulo o Pedro Gómez. ¿Cuantas hectáreas hemos perdido después de ser consagrada la importancia de los humedales, por esos vacíos que rebotan como una pelota entre la administración distrital, las curadurías urbanas y las empresas constructoras? ¿Un movimiento organizado de ciudadanos es factible aquí?  ¿Y si fuera posible bajo que consigna se unirían para proponer otra ciudad?

 

Puede parecer pesimista, pero en cierta medida, lo que trato de decir es que, como habitantes de esta ciudad, podemos hacer uso o no de lo que llaman el derecho a participar. Si decide hacerlo, puede hacerlo de manera conciente y reflexiva acerca de lo que suele suceder en esas instancias –como es el caso de los encuentros ciudadanos-: que a la larga son unos cuantos los que toman las decisiones, independiente de lo que usted opine. Pero también es cierto que hemos subvalorado esos espacios, que aún no sabemos participar y que es importante aprender sobre la planificación de la ciudad y que esta es una oportunidad para ello. En ese caso como dice una canción nunca el tiempo es perdido.

 

Existen quienes ante esta oportunidad de participación ciudadana, creerán que se trata de una farsa que sólo busca darle pinceladas democráticas a un POT que nunca contó con la opinión de la gente en su formulación y ejecución. En ese sentido es importante develar los intereses que se cuecen para esta ciudad por parte de las elites, -que por cierto están mutando desde hace unas décadas-. Pero a pesar de ello, lo cierto es que este espacio puede servir para fomentar el debate acerca del proyecto de ciudad incluyente que queremos, es más, debería trascender de lo económicamente factible y lo socialmente deseable para posicionar el tema ecológico pues tanto ricos como pobres hemos impactado este ecosistema, destruyendo y arrinconando numerosas especies animales y vegetales.

al norte de bogotá 

Son demasiados intereses en juego, pero hay una inmensa oportunidad de empezar a dialogar acerca de nuestro futuro. La ciudad no puede expandirse infinitamente y frente a la sed especuladora se encuentran los instrumentos de gestión legales como la expropiación. Todos somos responsables en el cuidado de este ecosistema del cual depende la ciudad, en especial de la conservación del Páramo de Sumapaz y la no privatización del agua. La elección de un modelo de desarrollo centrado únicamente en las necesidades humanas nos llevará a la muerte, tenemos que empezar a asumir nuestras responsabilidades y que mejor que empezar, participando bajo la convicción de que otro mundo sí es posible.

 

 

NOTA: Si está interesado en conocer algo de la historia de la ciudad y su ordenamiento puede echar un vistazo a los siguientes libros. Saldarriaga Alberto, Bogotá Siglo XX; Alberto Torres, La ciudad en la sombra. Barrios y luchas populares en Bogotá 1950-77; Julián Vargas Lesmes, La sociedad colonial de Santa fe y el texto de Germán Mejía Pavony. Los años del cambio 1820-1910. Sin contar con los textos del historiador Fabio Zambrano y los estudios y trabajos adelantados por Lincoln Institute of Land Policy sobre instrumentos de gestión del suelo en las ciudades contemporáneas.


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